Se levanta Luis con el Alba, toma el fresco aire. Hoy tiene que ir a la Capital.
Mil vueltas lo esperan, transportes que lo alejan en lugar de acercarlo, gente que no existe, o para la que él no existe. Ni nada más. Ires, venires, toses de gasoil y pucho. La Capital antes era otra cosa, el país, el mundo entero era otra cosa.
Luis se levanta temprano. Tiene que ir a la Capital. Se quiere poner el trajecito azul.
Le aguardan gritos desesperados de gente de efímeras pasiones, bocinazos que lo asustarán y sorprenderán. Lo aguarda un viaje largo. Pero a Luis no le importa.
Hoy Luis va a la capital. Está contento, hace 25 años que no va. Se pregunta si aún hay quien lo espere, si aún hay quien lo recuerde.
Se acerca el señor de traje y corbata y camisa y zapatos y perfume de bacán. Le habla muy serio. Le han negado la condicional, otra vez.
Luis vuelve ahora a su cuarto compartido, plural. Se desviste y toma unos mates. Y después se pone a pensar en lo que hará, a quien visitará, a quién le reprochará el no haberlo visitado. No ahora, sino en un tiempito, nomás. Tiene otra audiencia programada, y siempre se puede apelar a algo, con algo.
En seis meses Luis tiene que ir a la Capital.
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