martes, 27 de febrero de 2007

Mi jazmín

Hoy me levanté temprano. El viento fresco me sacó de la cama, aparentemente. La trivialidad de la televisión a las 6 de la mañana y la indefectible ceremonia del mate me llevaron hasta la puerta de calle.

Me acordé de mi abuelo, que solía, como tantos viejos, salir a la vereda a sentarse, y ejercí la tarea. Aproveché, sin embargo, la semiprivacidad que me da la reja. Allí sentado, dentro de mi casa pero fuera de mi casa, me deleité con la lluvia, fresca, violenta en algunos momentos, suave en otros, siempre eterna. Y noté la erguida planta de jazmín paraguayo que comúnmente ignoro.

Sin duda ha conocido mejores épocas. Sin embargo, ese jazmín siempre se las arregla para aguantarse los peores vientos y las mas fuertes lluvias, y se empeña en halagar la vista con flores de colores diversos pero de un uniforme e inconfundible aroma.

Pensé en viejos tiempos (Siempre la lluvia se esfuerza por parecerse a otras lluvias, pretéritas y llenas de significado), y recordé que ese jazmín fue el primer vegetal plantado desde mi (nuestra) mudanza aquí, y que nunca pero nunca dejó de tener hojas verdes ni de dar flores, fuera la estación del año que fuese. Siempre verde, siempre florido, siempre aromático. Eterno como la misma lluvia que lo lastimaba y que, al mismo tiempo, llegaba a saciar sus raíces.

Y pensé que a veces a uno le llueve pero esa misma lluvia le permite florecer, que el viento que azota el alma alguna vez se detiene o se vuelve brisa, y que uno está más fresco y de alguna manera más fuerte luego de una gran tormenta.

Después se agotó el agua del termo y me fuí adentro.

jueves, 22 de febrero de 2007

Luis va a la Capital

Se levanta Luis con el Alba, toma el fresco aire. Hoy tiene que ir a la Capital.

Mil vueltas lo esperan, transportes que lo alejan en lugar de acercarlo, gente que no existe, o para la que él no existe. Ni nada más. Ires, venires, toses de gasoil y pucho. La Capital antes era otra cosa, el país, el mundo entero era otra cosa.

Luis se levanta temprano. Tiene que ir a la Capital. Se quiere poner el trajecito azul.

Le aguardan gritos desesperados de gente de efímeras pasiones, bocinazos que lo asustarán y sorprenderán. Lo aguarda un viaje largo. Pero a Luis no le importa.

Hoy Luis va a la capital. Está contento, hace 25 años que no va. Se pregunta si aún hay quien lo espere, si aún hay quien lo recuerde.

Se acerca el señor de traje y corbata y camisa y zapatos y perfume de bacán. Le habla muy serio. Le han negado la condicional, otra vez.

Luis vuelve ahora a su cuarto compartido, plural. Se desviste y toma unos mates. Y después se pone a pensar en lo que hará, a quien visitará, a quién le reprochará el no haberlo visitado. No ahora, sino en un tiempito, nomás. Tiene otra audiencia programada, y siempre se puede apelar a algo, con algo.

En seis meses Luis tiene que ir a la Capital.

sábado, 17 de febrero de 2007

Buenas.

Es curioso como uno no puede alejarse demasiado de ciertos hábitos o lugares. No pude estar mucho tiempo lejos, el alma pesa y ese peso quiere escaparse por la mano hacia el papel o, en este caso, hacia un blog.

Acá aliviaré mi fatigada espalda espiritual y artística, acá descansarán mis textos. Espero que sepan no aplaudirlos, que sin duda no lo merecen, ni vituperarlos, pese a que alguno sí sea acreedor de improperios.
Tan sólo, léanlos. A alguno le servirán: el universo es tan grande que resulta difícil creer que no hay otro como yo, con pesares parecidos; o por lo menos alguien con tiempo de sobra.

En fin, acá los leerán. Mis textos anteriores descansan en una página ya seguramente olvidada, un blog que dediqué a aquella que me ha dado la vida mas dulce y luego me ha dado la muerte mas amarga. Es bueno que reposen allí.

Aquí vendrán otros productos de mi pobre y poca pericia literaria. Como he dicho antes, a alguien servirán.

Ariel Urtizberea.