jueves, 31 de mayo de 2007

Alessandreia - Epílogo

Epílogo

Hasta aquí la historia de Priel, con las variaciones que el olvido y la imaginación me obligaron a ejecutar.

Pienso, tal vez ya lo mencioné, que este relato refleja en cierto modo la historia de todos; creo que somos, seremos o hemos sido en algún momento de nuestras vidas Buscadores de Arte.

Cuidado, Arte no es lo que imaginamos que es: no nos ilusionemos con un lugar donde reina la felicidad del espíritu; alguna vez escuché que una voz, quizás anónima, sentenciaba: “El Arte no es otra cosa que un tormento que puso Dios en el Alma del artista.”; si estamos de acuerdo con tal afirmación, entonces será lícito suponer que, después de todo, Priel encontró Arte, en virtud del dolor que se instaló en el corazón del Buscador cuando Alessandreia prefirió a Imadán.

Dios perdone a aquellos que sufren adrede para llegar a Arte; pues no es el dolor el que conduce a ese lugar, sino que el camino a Arte mejora el Alma de tal modo que uno se vuelve más sensible, y sufre por situaciones que antes le resultaban inocuas. El precio a pagar por el Arte es alto; una persona sencilla no sufre como una persona sensible, aún ante situaciones idénticas.

Son los Buscadores y los Resignados los que son distintos, no las circunstancias que el destino les presenta. Viene a mi mente, a modo de ilustración de esto, una historia de un gran poeta, que dice, más o menos: “En cierto barrio hay cierta esquina mágica, donde se hallan varias mariposas. Algunos las miran y pueden leer en sus alas el secreto de la vida, otros las ven y encuentran la muerte. Aquellas mariposas eran todas iguales, pero las personas no.”

Cuídate, lector, de no confundir el camino hacia el Arte, sufrir no es la causa de ser artista, sino su feroz e inevitable consecuencia.

Alessandreia - V

Más de un mes hubo pasado desde la confesión que Priel hiciera a Nalia, cuando el Buscador consideró que su plan estaba completamente desarrollado; había limado cada aspereza, había tenido en cuenta todas los posibles factores externos, había previsto toda probable consecuencia no deseada. Sin duda, Imadán no merecería, luego de la ejecución de las tan magistrales acciones cuidadosamente planificadas por Priel, el amor ni el respeto de la deiforme Alessandreia.

Pero su incansable razonamiento le jugó una mala pasada: conjeturó que su plan, de ser descubierto, le ganaría el odio y el rencor de aquella mujer divina, y reforzaría aún más la relación de Alessandreia con el viajero Imadán; lo cierto es que Priel no hubiera podido nunca llevar a cabo su minucioso plan, porque su ética de hierro no lo hubiera permitido.

Comprendió Priel con desazón lo mencionado, y se sintió miserable. En un arranque de locura pasional, emprendió el viaje hacia la casa de Nalia, con una efímera esperanza de lograr un milagro.

Contrariamente a lo que hubiese imaginado, el Buscador se encontró tranquilo al momento de tocar a la puerta de aquella casa. Fue Nalia quien, un poco sorprendida por la inesperada visita, lo invitó a pasar. Sin demoras, Priel pidió ver a Alessandreia.

Una vez frente a sus celestiales ojos, la saludó amablemente, se arrodilló delante de ella, tomó una profunda bocanada de aire, y dijo, sin quitar la vista de los ojos de aquella diosa:

Dime cómo, Alessandreia, te he dañado
para que sobre de mí el maleficio
del amor hayas conjurado
y mantengas mi Alma en un suplicio.

De mi espíritu doliente los despojos
quedarán en la ruinosa tierra
si la cálida mirada de tus ojos
no detiene la terrible guerra

que mi Alma torturada hoy sostiene
en contra del pérfido Cupido,
batalla que, por su fragor, me tiene
deshecho, insomne y abatido.

Se hundiría en el fango todo aquello
que soy, que seré y que he sido
si mis manos no rozan tus cabellos,
si tus brazos no me salvan del olvido.

Pero no es eso lo que tienes más hermoso,
hay algo que supera a todo ello,
no son tus ojos, tampoco tus cabellos,
sino tus divinos y gruesos labios rojos.

Acéptame, te ruego, dulce diva:
moriría al oír tu negativa.

Ante tal revelación, Alessandreia se conmovió. Cierto es que no lo amaba, sino a Imadán, pero ese hombre abatido que se encontraba ante ella arrodillado le inspiró una profunda compasión; lo que el Buscador sentía por ella era lo mismo que Alessandreia había sentido al ver por vez primera a su prometido. Tratando de ser lo menos dura posible, aquél ángel contestó, con su extrema y melodiosa voz, en una sola estrofa:

¡Ay, cuánto, después de haber oído
tal discurso, tuviera para darte!
¡Ay, si mi Alma no tuviera nido,
y no tuviera, Priel, que rechazarte!

Aunque Priel esperaba el rechazo de aquella que le arrebatara el corazón y la cordura, su Alma quedó destrozada. Se puso inmediatamente de pie, saludó amablemente a las damas y, con lágrimas en sus ojos, se retiró de aquella vivienda.

Aquella fue la noche más larga de la vida de Priel; sumido en un llanto atroz, fue presa del insomnio. Al amanecer se alejó de aquella tierra.

Desde entonces, nadie volvió a verlo jamás.

Alessandreia - IV

Pocos días pasaron desde ese encuentro de miradas, mágico para Priel e inocuamente común para Alessandreia, pese a lo cual le bastaron al Buscador para perder toda razón, toda entereza. Su congoja lo sumía en un total aislamiento, hijo no ya de aquellos reflexivos momentos de estatismo físico, sino de pensamientos harto ilógicos y pasionales, a los cuales ningún axioma analítico hubiese podido aplicarse jamás.

Merced a su oído atento y su especial interés en todo aquello que concerniese a su amor, Priel pudo enterarse del nombre del ángel que se había hecho propietario de su Alma, y también del de su hermana, Nalia; con ella se encontró en forma puramente casual unos días después, y arriesgó un saludo fugaz, que se repitió en otros encuentros ya no tan casuales.

Lo cierto es que los cortos y cordiales saludos se convirtieron de a poco en pequeñas charlas amenas, y la joven Nalia y el doliente Priel gestaron una incipiente amistad. Con el correr de los días, el vínculo entre ellos se estrechaba cada vez más. Priel llegó a ser confidente y consejero de Nalia, o al menos sentía que debía serlo, en virtud del sano respeto que le tenía. Tanto llegó a confiar en ella que un día, en una de sus charlas habituales, le dijo sobre sus sentimientos hacia Alessandreia. Intuyo que la charla fue, a grandes rasgos, así:

Priel:

Espero, oh galante dama
no abusar de tu dulce complacencia
al relatarte, si tienes la paciencia
necesaria, la historia de la llama

que me quema con pasión y con locura;
te pido que seas tú mi confidente
y, si puedes, ayudes a un doliente
a quitar de su Alma la amargura.

Nalia:

No imagino, pese a todos los esfuerzos
de mi mente, lo que quieres relatarme;
pero ¿cómo no he de acongojarme
al oír la tristeza de tus versos?
Tranquilízate y relátame con calma
la tortura por la que sufre tu Alma.

Priel:

Mil veces te agradezco, Nalia mía,
la tremenda decisión tomada
de escuchar la historia relatada
por un Alma sumida en la agonía.

Al rigor de las álgebras poéticas
y buscando aquél feliz destino
deparado a quien hallare el camino
que lleva al paraíso de la estética

literaria me encontraba consagrado,
y ponía en aquello toda fuerza;
seguiría allí si la perversa
saeta de Amor no me hubiera dado.

Cupido cruel, ¿en qué te beneficias
hiriéndome con tan terrible flecha?
Mi Alma ataste a una mujer hecha
para otro, y que despierta mi codicia.

Rogué incansablemente al Olimpo
que acercase a la dama a mis brazos,
pero está unida a otro con un lazo
mas fuerte que Heracles de Tirinto.

Es así que sigo con mi pena
esperando, acaso inútilmente,
que la hermosa Alessandreia, sonriente,
me bese un día, y rompa el anatema.

Nalia:

Deberás saber, joven doliente,
despertar de tu terrible sueño
pues mi hermana, Alessandreia, tiene dueño:
Imadán, viajero de occidente,

a quien, hace más de un año, en venturosa
situación mi hermana conociera,
y quien desde aquél entonces le hiciera
vivir las situaciones más hermosas

que su existencia jamás ha registrado;
le quiere con pasión, de tal manera
que, aún si el mismo Zeus Cronión tu fueras,
sin duda te verías rechazado.

Así como quien evita los tratamientos médicos y, por librarse de los dolores necesarios de la curación, se ve sumido en la agonía terrible de la enfermedad que le aqueja, así Priel se libró de parte de la pena de su amor por Alessandreia (compartiéndola con Nalia), para sumergirse en un inaudito dolor, hijo no de su amor por ese divino ser que le arrebatara el Alma, sino del amor de Alessandreia por aquél, el otro, el desconocido Imadán.
Por un momento, Priel conoció un odio infinito.

Durante los días siguientes a esta confesión, el doliente Buscador se encontró inmerso en su propia mente, en busca de una genial forma de alejar a Alessandreia del para él anónimo Imadán.


Alessandreia - III

Crecida entre las flores del jardín de la casa de sus padres, en un lugar que poco importa ya, Alessandreia fue criada conforme la voluntad de su único dios, por quien profesaba una santa fe. Su belleza era única, a la vez individual y conjunta; toda ella era preciosa, pero no lo eran menos sus ojos, sus cabellos o sus labios, si se los consideraba por separado. Vale decir, cualquiera de los atributos que el dios de las cien denominaciones otorgó a Alessandreia aplicado a una mujer común hubiese hecho de ésta un ángel comparable a aquél que con su santa trompeta tiene la divina misión de abrir de par en par las puertas celestiales.

El lector podrá, no sin esfuerzo, imaginar la extrema belleza que tales atributos conferían, todos juntos, al divino cuerpo de Alessandreia.

Tal hermosura no era solo exterior: el Alma de Alessandreia poseía un extraño refinamiento, entre inocente y salvaje, característica que era la más admirada por aquellos agraciados que llegaban a conocerla.

El destino quiso que esa joven de dieciséis años llegara al poblado del doliente Priel, junto a su familia merced a un deseo creciente en las entrañas de Nalia, su hermana mayor, quien era Buscadora aunque quizás no lo sabía aún.

En uno de sus paseos vespertinos junto a Imadán, su prometido (a quien amaba sinceramente), los refulgentes ojos angelicales de Alessandreia se cruzaron casi sin quererlo con los de Priel.

Entonces ocurrió el cambio, el Alma del doliente Buscador sufrió una transformación que duró un instante y cuyas consecuencias lo acompañarían de por vida; sintió lo mismo que siente el médico que, luego de intensas vigilias nocturnas y apretados esfuerzos mentales, logra el preciado remedio contra una enfermedad antes incurable: experimentó un tremendo abatimiento, un atroz cansancio, y una felicidad inmensa.

En ese instante fallaron todos sus sentidos y perdió toda percepción del universo; decidió al momento consagrar su vida a amar a la hermosísima Alessandreia.

Pese a que su mente se encontraba extasiada, pudo razonar que aquél hombre que acompañaba a tan bello arcángel (que para Priel aún carecía de nombre) estaba sentimentalmente involucrado con Alessandreia, puesto que era muy joven para ser su padre y sus rasgos no correspondían a los de ella como corresponderían los de un hermano. Esta conclusión le produjo un dolor tremendo, que le quitaría el sueño en las oscuras noches subsiguientes.

Alessandreia - II

Vengan, dioses soberanos
a guiar el pensamiento
de aquellos seres humanos
que buscan conocimiento

Asístanme esta jornada
en la búsqueda sombría
de aquella tierra dorada
que mis pasiones ansían,

acudan hoy en mi ayuda,
permítanme hoy encontrar
ese lugar que, sin duda,
ustedes llaman hogar.

Permítanme ser Artista,
muden en bienes mis males;
hagan como el alquimista
al transmutar los metales.

Sólo esta cosa les pido:
hallar Arte, de tal suerte,
que vea mi anhelo cumplido
antes de enfrentar la muerte.

Así comenzaba cantando cada día Priel, uno de los tantos Buscadores del mundo, cuya meta era la misma de todos: encontrar aquella tierra llamada Arte, donde, según las leyendas, todo hombre era todos los demás, donde las vanas diferencias se desvanecían y un hombre era su esencia, la esencia de los que fue y la de los que le está deparado ser.

Después de su canto matutino, Priel se encerraba en arduos cálculos analíticos sobre la literatura de hombres ya extintos, en busca de un indicio acerca de la ubicación de Arte en el mapa; fatigaba incesantemente el álgebra poética, en pos de aquellos versos que pudieran trazar con perfectas rectas la forma lejana de alguna constelación, acaso aún desconocida. En sus treinta y siete años de vida jamás pudo completar su tarea, aunque más de una vez creyó ver, escondido entre las aparentemente inocuas estrofas de un aparentemente inocuo poema, el nombre de algún planeta homónimo a un dios.

Cuando su ardua tarea lo abatía, solía entonar unos versos, quizás parecidos a los que aquí escribo:

Cansado de geometrías
y de vanas ecuaciones
que resuelvo cada día
buscando constelaciones

me pregunto qué algoritmos
aplicar a cada verso.
¿Habrá, acaso, un silogismo
que resuma el universo

y me guíe hacia la hermosa
tierra que tanto anhelo?
O tal vez será una prosa
la que describa aquél cielo?

Reviso, en tanto, poemas
usando como instrumento
matemáticos teoremas
que causan mi abatimiento.

Arte, tierra de oro,
lugar acaso intangible
donde los hombres sensibles
no necesitan tesoros

mas que metáforas puras
y literarios artificios,
líbrame ya del suplicio
y muéstrate con premura

ante quien corre la suerte
de estar buscándote en vano
sabiendo que, siendo humano,
será presa de la Muerte.

Álgebras ya olvidadas
y simétricos esquemas
conforman la estratagema
por mi razón ideada

para lograr la proeza
de ser, al fin, tu habitante
Arte, muestra tu grandeza
a mis ojos expectantes.

Si se considera que la esperanza de vida de un Buscador es de aproximadamente cincuenta años, se podrá suponer que Priel se sentía ya viejo. Tal suposición no será del todo falaz: la pesadumbre que sentía aquél ser doliente era hija no de su edad física, sino de su edad espiritual; sepa el lector que toda actividad artística (muy especialmente la literatura) mejora el Alma, pero también la envejece, también la desgasta.

A menudo Priel se sentía tan infeliz que los demás Buscadores se conmovían y trataban de aliviar de algún modo su pena; estos intentos eran del todo inútiles, ya que Priel se encerraba en sus pensamientos de modo tal que, para él, el universo físico se detenía. Así, aunque su cuerpo se encontraba estático, su Alma corría velozmente a través de las más arduas reflexiones.

Más de una vez Priel se dio cuenta de su profunda inmersión filosófica; en esos momentos trataba de distraerse con algún pensamiento menor; rara vez lo lograba, en su estado melancólico, la mayor de sus distracciones era efímera, pues enseguida se tornaba en una reflexión (vale decir, pensar en una inocua piedra lograba desviarlo de sus pensamientos sobre Arte, pero lo sumergía en duras meditaciones sobre la función de tal elemento en el mundo, sobre la inconcebible piedra arquetípica, etc.).

Tal vez no lo sabía, pero había algo capaz de lograr aislarlo de su búsqueda sombría, capaz de apartarlo de su camino hacia Arte, capaz de hacer perder a los seres del mundo toda lógica, toda coherencia.

Eso, que algunos dan en llamar Amor, golpeó a Priel con toda su fuerza, con su magna e inaudita furia, cuando sus ojos se cruzaron por azar con los de la hermosísima Alessandreia.

Alessandreia - I

En los confines de la tierra, donde no llegan sino rumores del terrible avance del hombre, donde una casi innecesaria economía no se deja vencer por pecuniarias fiebres, donde el hambre y la riqueza material son ficciones, existe una tierra donde habitan seres de extremada condición espiritual. Esta región (que algunos llaman Arte) no es contemplada en enciclopedia alguna, su ubicación es del todo desconocida. Hace ya siglos que la humanidad se esfuerza en descubrir el codiciado emplazamiento de tal lugar, pero nunca hubo noticias sobre alguien que lo lograse.

Muchos viajeros se lanzaron a la búsqueda (ardua, acaso vana) de aquél lugar que es al Alma lo que el Edén al cuerpo, los pocos que volvieron han perdido la cordura.

Lo poco que se sabe de esta mítica tierra maravillosa ha llegado hasta la gente del mundo actual a través de leyendas de transmisión oral; cada padre refiere a sus hijos las historias que le fueron referidas por su propio padre, quien los oyó de boca del suyo; la serie se repite hasta aquél narrador primigenio, acaso un dios, hoy ya inútil, hoy ya muerto.

Algunos aseguran que es posible descubrir la exacta ubicación de Arte mediante un análisis científico minucioso de las obras literarias; el número de posibles emplazamientos de tal lugar resulta harto gigantesco, pues las composiciones que ha dejado la literatura son relativamente pocas, pero el número de razonamientos lógicos aplicables a cada verso tiende al infinito.

Personalmente, sospecho que los que sostienen tal teoría no están del todo errados, tengo la esperanza de que exista un razonamiento lógico que, aplicado al verso correcto, permita a los Buscadores hallar la mágica tierra de Arte, aunque descubrirlo tomaría un tiempo mayor que el lapso que los dioses le depararon a las generaciones.

Varios hay que piensan como yo, somos los que ya nos hemos resignado; nos conformamos con poder subsistir nosotros y nuestros hijos, sin preocuparnos por las cosas que no sean necesarias para la supervivencia del cuerpo material, por las cosas del espíritu.
Los dos grupos que ya mencioné (Buscadores y Resignados) ejercen un profundo aborrecimiento por el tercero: los Farsantes; estos pretenden ser algo que en realidad no son, y para convencernos de ello utilizan los más variados artificios.

Hijos de la pereza mental, los Farsantes son, en general, Buscadores que no tienen la preparación mental y espiritual para serlo; más fácil que vivir como Buscador es vivir como Resignado, pero mucho más sencillo es fingir haber cumplido ya con lo prefijado: viven diciendo que ya han encontrado Arte, se llaman a sí mismos “artistas” y dicen poseer una condición espiritual extrema.

Los Buscadores los aborrecen por ser partidarios de la sencillez; los Resignados los detestamos por proclamarse mejores que nosotros: aunque tal vez los Buscadores lo son, no tienen tal actitud.

Aunque se definen ateos (dicen no necesitar dios alguno como guía de sus pasos), más de una vez se les ha visto insultar a viva voz alguna deidad, cuando las circunstancias eran poco menesterosas.

Los Buscadores, en cambio, son Politeístas: han adoptado dioses griegos, romanos, nórdicos y alguna divinidad oriental; tales creencias las adoptaron a través de generaciones de examen exhaustivo de textos donde predominaban esos dioses.

Nosotros nos hemos conformado con el dios hebreo cuyo centésimo nombre encierra el universo, cuyo centésimo nombre ya nadie busca.

El poco tiempo de ocio del cual disponemos lo aprovechamos contando historias sobre las andanzas de los Buscadores (el relato de las aventuras de un Resignado puede llegar a ser inmensamente aburrido), cuentos que son meras invenciones de los ancianos, y cuyo único fin es provocar la distracción de la mente por un rato. Tales historias suelen desembocar fácilmente en el olvido; sin embargo, hay un relato que me acompaña desde niño.

Hace ya bastante tiempo tengo la firme sospecha de que alguien, de algún extraño o secreto modo, puede sacar provecho de esta historia, la del doliente Buscador llamado Priel.

Alessandreia - Prefacio

(Esta es viejita viejita)
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A modo de Prefacio

Aunque soy bastante joven, me han bastado los años que llevo en este mundo para comprender que toda obra artística es autobiográfica, ya que siempre contiene una descripción del Alma del artista, ya sea de manera implícita o explícita. Creo, sin embargo, que dicha biografía no es enteramente exacta; la obra artística es un espejo del espíritu de su autor, pero también refleja en cierto modo las Almas de todos los artistas: es por eso que no puede asegurarse que una rama del arte sea superior a otra cualquiera, vale decir, nadie (salvo aquellos que existen fuera de nuestro universo físico, los seres eternos) puede decir que la pintura es superior a la música o a la poesía, o que esta última es mucho más valiosa que la escultura.

Razonar en forma recíproca no es válido: he leído autobiografías que están poco menos alejadas del arte que el enunciado de un cartel publicitario.

La composición que aquí presento es una de las pocas obras propias que considero artísticas, aunque no original: con un poco de atención pueden encontrarse los autores que frecuento, ocultos (acaso esperando ser descubiertos) entre las palabras de mi musa.

No sé si hago bien en considerar a esta obra una de las expresiones del arte; el lector tendrá la última opinión sobre el tema; sé positivamente que es una de mis satisfacciones personales.
El lector cauto tendrá la precaución de cuidarse de egos como el mío; son los que, si bien no causan mayor daño, no aportan bien alguno a esta necesidad imperiosa que es el arte.

Una cosa más: algunos tienen la perniciosa costumbre de considerar al Amor una forma de arte; ello (según creo) deja a éste en desventaja, puesto que todo amor es infinitamente superior a todo arte. Yo prefiero considerar al Amor no una especie de arte, sino un modelo inspirador del cual derivan todas las ramas artísticas; el Amor es el arquetipo platónico del arte.

Vale decir, el tema de toda obra de arte es el Amor.