lunes, 12 de marzo de 2007

Percepciones

Sentado en el taburete (tan viejo como él mismo), don Julián miraba pasar el tiempo y la vida.

Perros, señores de traje, chicos que iban a la plaza, jóvenes que volvían con libros en la mano y señoras con caras lúgubres y ofuscadas que sostenían en su brazo la bolsa de los mandados eran parte de la fauna autóctona. Menos los martes, claro. Los martes eran distintos.

Los martes tenían para don Julián algo extraño, como si fueran días destinados a ponerlo de buen humor. Le inspiraban al anciano un sentimiento de paz, como si se hubiera hecho justicia. Y en verdad, así era.

Los lunes por la noche lo venía a visitar su hija Silvina. Don Julián y su hija pasaban horas charlando de nimiedades, riendo y tomando mate en la cocinita pequeña del viejo. Indefectiblemente, la hora de partir llegaba y Silvina se alejaba, hasta la semana siguiente. Y don Julián siempre se quedaba con un gusto a alegría en el alma, como si hubiera cargado suficiente felicidad para tirar el resto de la semana.

Al otro día, martes, era día de feria. Don Julián disfrutaba mucho salir como de costumbre a la vereda a sentarse en su taburete: las caras de viejas rezongonas que volvían insultando a los verduleros, carniceros y afines, acarreando sus changuitos cargados de mercaderías varias, eran como la necesaria contraparte cósmica de él mismo, con su changuito lleno de felicidad. Don Julián sabía que lo bueno y lo malo se complementan, que el universo fluctúa pero se equilibra, que el subibaja eleva y hunde, pero divierte.

Para festejar, los martes se compraba unas galletas marineras para acompañar el mate.

sábado, 10 de marzo de 2007

Pienso en ti

(escrito en la costa)

El azulado e imponente cielo,
el mar, de niebla hecho su velo,
la arena, delgada e infinita,
el salado viento que se agita,

la invencible espuma salpicante,
el refulgente y alto sol quemante,
la numerosa y risueña buena gente,
y mujeres hermosas, complacientes.

Maravillas naturales me rodean
y, sin embargo,
pienso en ti.

domingo, 4 de marzo de 2007

Mi nombre es X

Desempolvando el papel sucio que sacó de ese cajón perdido, se sienta, toma la carta y lee:

"Mi nombre es X. No, no estoy tratando de ocultarlo, es mi nombre real (si es que esa palabra significa algo), el que me pusieron la mañana que me llevaron al registro civil mi mamá y mi papá - antes de que pregunten, mis padres tenían nombres como los de ustedes, mas "conocido", digamos - y me anotaron. Además, ocultar el nombre propio no sólo es de canallas, sino que además es totalmente inútil. Pero eso es harina de otro costal, si se me perdona el lugar común.

Mi nombre es X, decía; y estoy muriendo. Los detalles que me arrebatan de este mundo, quizás uno de muchos, quizás el único, quizás sólo ilusión o sueño de algún loco, no vienen ahora al caso. Solo dirijo esta carta a quien la encuentre, pues el día que sobrevenga lo inevitable de seguro se harán alguna que otra pregunta. Será un consuelo, al menos poético (o romántico, si se quiere), que haya alguna constancia de mi paso por aquí, de mi historia, de mí mismo. Y es mejor si esa constancia viene de mi puño y letra.

Si hay algo que quiero que se recuerde de mí, es que he amado; no con el cuerpo o la mente, o el corazón o el alma, sino con todo mi ser, entero. He amado con una amor completo, íntegro y verdadero. He amado con mi pasado y mi futuro, y he amado también con mi presente, que es más difícil. A la más grandiosa mujer que pudo existir alguna vez, también la mas cruel, o la mas ciega; a ella la he amado.

A esta mujer debo todo: jamás he estado más vivo que cuando estuve a su lado. Jamás supe hasta el día en que vi sus ojos y toqué su pelo lo que se siente sentir, estremecerse absolutamente por una caricia mínima, o por una mirada al pasar. Debo decir que
también sentí la muerte cuando ella partió de mi lado.

Por eso, lector; tú que sostienes en tus manos esta carta, no me llores, ni te espantes por una cosa tan común como la muerte. Piensa que antes de morir ya había vivido más de lo que puede vivir cualquier persona. Piensa que cuando vino la oscuridad me encontró ya muerto. Pero piensa, también, que aquí en el mundo hay miles como yo, y miles como ella, pero que no siempre se encuentran entre los millones que difieren (y quizás está bien que así sea); piensa que hoy tienes en tus manos retazos de la escritura de alguien que amó verdaderamente y que eso nos hace a tí y a mí privilegiados.

Mi nombre es X, lector, pero ya no importa."

Coloca el papel sobre la mesa y se dirige a su mujer, continuando la charla previa: "y... cuándo lo viste por última vez?"

-"Hace años, como mil años ya. Eso es lo único que me queda de él."- contesta ella, y reanuda sus tareas cotidianas.

El se recuesta, entonces, sobre el respaldo de la silla y decide que es mejor no preguntarle por qué había dejado a X, que tanto la amó.
Y, peor aún, se empieza a preguntar si realmente será capaz de amarla por completo algun día.

sábado, 3 de marzo de 2007

Lamento de Creta

(Confieso que no pude mantenerme alejado de mis obras "viejitas" más que unos meses. Esta es una de ellas, de hace bastante. Una época más "clasica", si es que la clasificación es válida. Y mas inexperta, debo decir.)
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Lamento de Creta

Cayó el gigante derrotado al suelo,
en dos su garganta cercenada.
Ya descansa la victoriosa espada
en las hábiles manos de Teseo.

Ariadna lo aguarda en las afueras
del temible laberinto. Piensa
que vendrá siguiendo aquella densa
madeja del ovillo que le diera.

El héroe no sale: está pensando
en el monstruo que ha muerto por su mano
sin siquiera parecer humano;
y se apiada de su espíritu, llorando.

Los libros nada dicen sobre esto:
al ver muerto a su dignísimo enemigo
Teseo piensa merecer castigo;
esto lo observan Zeus y su hijo Hefestos.

“Suficiente castigo”- Zeus Cronión
dice a su hijo –“Teseo ha recibido.
Ya sabe qué ha ganado y qué ha perdido:
hagámosle olvidar la situación”

Hefestos le dice a su potente
padre: “La llama de mi fragua
arde y quema, y no muere con el agua;
así se encuentra el alma del doliente

Teseo, por matar aquel maldito.
No lo merece: contigo estoy de acuerdo,
borremos de su mente los recuerdos
y todos los detalles del delito”.

Salió el héroe, al fin, y con su amada
Ariadna miró hacia el poniente;
no han quedado ya rastros del doliente
asesino del hilo y de la espada.