jueves, 31 de mayo de 2007

Alessandreia - I

En los confines de la tierra, donde no llegan sino rumores del terrible avance del hombre, donde una casi innecesaria economía no se deja vencer por pecuniarias fiebres, donde el hambre y la riqueza material son ficciones, existe una tierra donde habitan seres de extremada condición espiritual. Esta región (que algunos llaman Arte) no es contemplada en enciclopedia alguna, su ubicación es del todo desconocida. Hace ya siglos que la humanidad se esfuerza en descubrir el codiciado emplazamiento de tal lugar, pero nunca hubo noticias sobre alguien que lo lograse.

Muchos viajeros se lanzaron a la búsqueda (ardua, acaso vana) de aquél lugar que es al Alma lo que el Edén al cuerpo, los pocos que volvieron han perdido la cordura.

Lo poco que se sabe de esta mítica tierra maravillosa ha llegado hasta la gente del mundo actual a través de leyendas de transmisión oral; cada padre refiere a sus hijos las historias que le fueron referidas por su propio padre, quien los oyó de boca del suyo; la serie se repite hasta aquél narrador primigenio, acaso un dios, hoy ya inútil, hoy ya muerto.

Algunos aseguran que es posible descubrir la exacta ubicación de Arte mediante un análisis científico minucioso de las obras literarias; el número de posibles emplazamientos de tal lugar resulta harto gigantesco, pues las composiciones que ha dejado la literatura son relativamente pocas, pero el número de razonamientos lógicos aplicables a cada verso tiende al infinito.

Personalmente, sospecho que los que sostienen tal teoría no están del todo errados, tengo la esperanza de que exista un razonamiento lógico que, aplicado al verso correcto, permita a los Buscadores hallar la mágica tierra de Arte, aunque descubrirlo tomaría un tiempo mayor que el lapso que los dioses le depararon a las generaciones.

Varios hay que piensan como yo, somos los que ya nos hemos resignado; nos conformamos con poder subsistir nosotros y nuestros hijos, sin preocuparnos por las cosas que no sean necesarias para la supervivencia del cuerpo material, por las cosas del espíritu.
Los dos grupos que ya mencioné (Buscadores y Resignados) ejercen un profundo aborrecimiento por el tercero: los Farsantes; estos pretenden ser algo que en realidad no son, y para convencernos de ello utilizan los más variados artificios.

Hijos de la pereza mental, los Farsantes son, en general, Buscadores que no tienen la preparación mental y espiritual para serlo; más fácil que vivir como Buscador es vivir como Resignado, pero mucho más sencillo es fingir haber cumplido ya con lo prefijado: viven diciendo que ya han encontrado Arte, se llaman a sí mismos “artistas” y dicen poseer una condición espiritual extrema.

Los Buscadores los aborrecen por ser partidarios de la sencillez; los Resignados los detestamos por proclamarse mejores que nosotros: aunque tal vez los Buscadores lo son, no tienen tal actitud.

Aunque se definen ateos (dicen no necesitar dios alguno como guía de sus pasos), más de una vez se les ha visto insultar a viva voz alguna deidad, cuando las circunstancias eran poco menesterosas.

Los Buscadores, en cambio, son Politeístas: han adoptado dioses griegos, romanos, nórdicos y alguna divinidad oriental; tales creencias las adoptaron a través de generaciones de examen exhaustivo de textos donde predominaban esos dioses.

Nosotros nos hemos conformado con el dios hebreo cuyo centésimo nombre encierra el universo, cuyo centésimo nombre ya nadie busca.

El poco tiempo de ocio del cual disponemos lo aprovechamos contando historias sobre las andanzas de los Buscadores (el relato de las aventuras de un Resignado puede llegar a ser inmensamente aburrido), cuentos que son meras invenciones de los ancianos, y cuyo único fin es provocar la distracción de la mente por un rato. Tales historias suelen desembocar fácilmente en el olvido; sin embargo, hay un relato que me acompaña desde niño.

Hace ya bastante tiempo tengo la firme sospecha de que alguien, de algún extraño o secreto modo, puede sacar provecho de esta historia, la del doliente Buscador llamado Priel.

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