jueves, 31 de mayo de 2007

Alessandreia - II

Vengan, dioses soberanos
a guiar el pensamiento
de aquellos seres humanos
que buscan conocimiento

Asístanme esta jornada
en la búsqueda sombría
de aquella tierra dorada
que mis pasiones ansían,

acudan hoy en mi ayuda,
permítanme hoy encontrar
ese lugar que, sin duda,
ustedes llaman hogar.

Permítanme ser Artista,
muden en bienes mis males;
hagan como el alquimista
al transmutar los metales.

Sólo esta cosa les pido:
hallar Arte, de tal suerte,
que vea mi anhelo cumplido
antes de enfrentar la muerte.

Así comenzaba cantando cada día Priel, uno de los tantos Buscadores del mundo, cuya meta era la misma de todos: encontrar aquella tierra llamada Arte, donde, según las leyendas, todo hombre era todos los demás, donde las vanas diferencias se desvanecían y un hombre era su esencia, la esencia de los que fue y la de los que le está deparado ser.

Después de su canto matutino, Priel se encerraba en arduos cálculos analíticos sobre la literatura de hombres ya extintos, en busca de un indicio acerca de la ubicación de Arte en el mapa; fatigaba incesantemente el álgebra poética, en pos de aquellos versos que pudieran trazar con perfectas rectas la forma lejana de alguna constelación, acaso aún desconocida. En sus treinta y siete años de vida jamás pudo completar su tarea, aunque más de una vez creyó ver, escondido entre las aparentemente inocuas estrofas de un aparentemente inocuo poema, el nombre de algún planeta homónimo a un dios.

Cuando su ardua tarea lo abatía, solía entonar unos versos, quizás parecidos a los que aquí escribo:

Cansado de geometrías
y de vanas ecuaciones
que resuelvo cada día
buscando constelaciones

me pregunto qué algoritmos
aplicar a cada verso.
¿Habrá, acaso, un silogismo
que resuma el universo

y me guíe hacia la hermosa
tierra que tanto anhelo?
O tal vez será una prosa
la que describa aquél cielo?

Reviso, en tanto, poemas
usando como instrumento
matemáticos teoremas
que causan mi abatimiento.

Arte, tierra de oro,
lugar acaso intangible
donde los hombres sensibles
no necesitan tesoros

mas que metáforas puras
y literarios artificios,
líbrame ya del suplicio
y muéstrate con premura

ante quien corre la suerte
de estar buscándote en vano
sabiendo que, siendo humano,
será presa de la Muerte.

Álgebras ya olvidadas
y simétricos esquemas
conforman la estratagema
por mi razón ideada

para lograr la proeza
de ser, al fin, tu habitante
Arte, muestra tu grandeza
a mis ojos expectantes.

Si se considera que la esperanza de vida de un Buscador es de aproximadamente cincuenta años, se podrá suponer que Priel se sentía ya viejo. Tal suposición no será del todo falaz: la pesadumbre que sentía aquél ser doliente era hija no de su edad física, sino de su edad espiritual; sepa el lector que toda actividad artística (muy especialmente la literatura) mejora el Alma, pero también la envejece, también la desgasta.

A menudo Priel se sentía tan infeliz que los demás Buscadores se conmovían y trataban de aliviar de algún modo su pena; estos intentos eran del todo inútiles, ya que Priel se encerraba en sus pensamientos de modo tal que, para él, el universo físico se detenía. Así, aunque su cuerpo se encontraba estático, su Alma corría velozmente a través de las más arduas reflexiones.

Más de una vez Priel se dio cuenta de su profunda inmersión filosófica; en esos momentos trataba de distraerse con algún pensamiento menor; rara vez lo lograba, en su estado melancólico, la mayor de sus distracciones era efímera, pues enseguida se tornaba en una reflexión (vale decir, pensar en una inocua piedra lograba desviarlo de sus pensamientos sobre Arte, pero lo sumergía en duras meditaciones sobre la función de tal elemento en el mundo, sobre la inconcebible piedra arquetípica, etc.).

Tal vez no lo sabía, pero había algo capaz de lograr aislarlo de su búsqueda sombría, capaz de apartarlo de su camino hacia Arte, capaz de hacer perder a los seres del mundo toda lógica, toda coherencia.

Eso, que algunos dan en llamar Amor, golpeó a Priel con toda su fuerza, con su magna e inaudita furia, cuando sus ojos se cruzaron por azar con los de la hermosísima Alessandreia.

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