jueves, 31 de mayo de 2007

Alessandreia - IV

Pocos días pasaron desde ese encuentro de miradas, mágico para Priel e inocuamente común para Alessandreia, pese a lo cual le bastaron al Buscador para perder toda razón, toda entereza. Su congoja lo sumía en un total aislamiento, hijo no ya de aquellos reflexivos momentos de estatismo físico, sino de pensamientos harto ilógicos y pasionales, a los cuales ningún axioma analítico hubiese podido aplicarse jamás.

Merced a su oído atento y su especial interés en todo aquello que concerniese a su amor, Priel pudo enterarse del nombre del ángel que se había hecho propietario de su Alma, y también del de su hermana, Nalia; con ella se encontró en forma puramente casual unos días después, y arriesgó un saludo fugaz, que se repitió en otros encuentros ya no tan casuales.

Lo cierto es que los cortos y cordiales saludos se convirtieron de a poco en pequeñas charlas amenas, y la joven Nalia y el doliente Priel gestaron una incipiente amistad. Con el correr de los días, el vínculo entre ellos se estrechaba cada vez más. Priel llegó a ser confidente y consejero de Nalia, o al menos sentía que debía serlo, en virtud del sano respeto que le tenía. Tanto llegó a confiar en ella que un día, en una de sus charlas habituales, le dijo sobre sus sentimientos hacia Alessandreia. Intuyo que la charla fue, a grandes rasgos, así:

Priel:

Espero, oh galante dama
no abusar de tu dulce complacencia
al relatarte, si tienes la paciencia
necesaria, la historia de la llama

que me quema con pasión y con locura;
te pido que seas tú mi confidente
y, si puedes, ayudes a un doliente
a quitar de su Alma la amargura.

Nalia:

No imagino, pese a todos los esfuerzos
de mi mente, lo que quieres relatarme;
pero ¿cómo no he de acongojarme
al oír la tristeza de tus versos?
Tranquilízate y relátame con calma
la tortura por la que sufre tu Alma.

Priel:

Mil veces te agradezco, Nalia mía,
la tremenda decisión tomada
de escuchar la historia relatada
por un Alma sumida en la agonía.

Al rigor de las álgebras poéticas
y buscando aquél feliz destino
deparado a quien hallare el camino
que lleva al paraíso de la estética

literaria me encontraba consagrado,
y ponía en aquello toda fuerza;
seguiría allí si la perversa
saeta de Amor no me hubiera dado.

Cupido cruel, ¿en qué te beneficias
hiriéndome con tan terrible flecha?
Mi Alma ataste a una mujer hecha
para otro, y que despierta mi codicia.

Rogué incansablemente al Olimpo
que acercase a la dama a mis brazos,
pero está unida a otro con un lazo
mas fuerte que Heracles de Tirinto.

Es así que sigo con mi pena
esperando, acaso inútilmente,
que la hermosa Alessandreia, sonriente,
me bese un día, y rompa el anatema.

Nalia:

Deberás saber, joven doliente,
despertar de tu terrible sueño
pues mi hermana, Alessandreia, tiene dueño:
Imadán, viajero de occidente,

a quien, hace más de un año, en venturosa
situación mi hermana conociera,
y quien desde aquél entonces le hiciera
vivir las situaciones más hermosas

que su existencia jamás ha registrado;
le quiere con pasión, de tal manera
que, aún si el mismo Zeus Cronión tu fueras,
sin duda te verías rechazado.

Así como quien evita los tratamientos médicos y, por librarse de los dolores necesarios de la curación, se ve sumido en la agonía terrible de la enfermedad que le aqueja, así Priel se libró de parte de la pena de su amor por Alessandreia (compartiéndola con Nalia), para sumergirse en un inaudito dolor, hijo no de su amor por ese divino ser que le arrebatara el Alma, sino del amor de Alessandreia por aquél, el otro, el desconocido Imadán.
Por un momento, Priel conoció un odio infinito.

Durante los días siguientes a esta confesión, el doliente Buscador se encontró inmerso en su propia mente, en busca de una genial forma de alejar a Alessandreia del para él anónimo Imadán.


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