jueves, 31 de mayo de 2007

Alessandreia - III

Crecida entre las flores del jardín de la casa de sus padres, en un lugar que poco importa ya, Alessandreia fue criada conforme la voluntad de su único dios, por quien profesaba una santa fe. Su belleza era única, a la vez individual y conjunta; toda ella era preciosa, pero no lo eran menos sus ojos, sus cabellos o sus labios, si se los consideraba por separado. Vale decir, cualquiera de los atributos que el dios de las cien denominaciones otorgó a Alessandreia aplicado a una mujer común hubiese hecho de ésta un ángel comparable a aquél que con su santa trompeta tiene la divina misión de abrir de par en par las puertas celestiales.

El lector podrá, no sin esfuerzo, imaginar la extrema belleza que tales atributos conferían, todos juntos, al divino cuerpo de Alessandreia.

Tal hermosura no era solo exterior: el Alma de Alessandreia poseía un extraño refinamiento, entre inocente y salvaje, característica que era la más admirada por aquellos agraciados que llegaban a conocerla.

El destino quiso que esa joven de dieciséis años llegara al poblado del doliente Priel, junto a su familia merced a un deseo creciente en las entrañas de Nalia, su hermana mayor, quien era Buscadora aunque quizás no lo sabía aún.

En uno de sus paseos vespertinos junto a Imadán, su prometido (a quien amaba sinceramente), los refulgentes ojos angelicales de Alessandreia se cruzaron casi sin quererlo con los de Priel.

Entonces ocurrió el cambio, el Alma del doliente Buscador sufrió una transformación que duró un instante y cuyas consecuencias lo acompañarían de por vida; sintió lo mismo que siente el médico que, luego de intensas vigilias nocturnas y apretados esfuerzos mentales, logra el preciado remedio contra una enfermedad antes incurable: experimentó un tremendo abatimiento, un atroz cansancio, y una felicidad inmensa.

En ese instante fallaron todos sus sentidos y perdió toda percepción del universo; decidió al momento consagrar su vida a amar a la hermosísima Alessandreia.

Pese a que su mente se encontraba extasiada, pudo razonar que aquél hombre que acompañaba a tan bello arcángel (que para Priel aún carecía de nombre) estaba sentimentalmente involucrado con Alessandreia, puesto que era muy joven para ser su padre y sus rasgos no correspondían a los de ella como corresponderían los de un hermano. Esta conclusión le produjo un dolor tremendo, que le quitaría el sueño en las oscuras noches subsiguientes.

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