martes, 27 de febrero de 2007

Mi jazmín

Hoy me levanté temprano. El viento fresco me sacó de la cama, aparentemente. La trivialidad de la televisión a las 6 de la mañana y la indefectible ceremonia del mate me llevaron hasta la puerta de calle.

Me acordé de mi abuelo, que solía, como tantos viejos, salir a la vereda a sentarse, y ejercí la tarea. Aproveché, sin embargo, la semiprivacidad que me da la reja. Allí sentado, dentro de mi casa pero fuera de mi casa, me deleité con la lluvia, fresca, violenta en algunos momentos, suave en otros, siempre eterna. Y noté la erguida planta de jazmín paraguayo que comúnmente ignoro.

Sin duda ha conocido mejores épocas. Sin embargo, ese jazmín siempre se las arregla para aguantarse los peores vientos y las mas fuertes lluvias, y se empeña en halagar la vista con flores de colores diversos pero de un uniforme e inconfundible aroma.

Pensé en viejos tiempos (Siempre la lluvia se esfuerza por parecerse a otras lluvias, pretéritas y llenas de significado), y recordé que ese jazmín fue el primer vegetal plantado desde mi (nuestra) mudanza aquí, y que nunca pero nunca dejó de tener hojas verdes ni de dar flores, fuera la estación del año que fuese. Siempre verde, siempre florido, siempre aromático. Eterno como la misma lluvia que lo lastimaba y que, al mismo tiempo, llegaba a saciar sus raíces.

Y pensé que a veces a uno le llueve pero esa misma lluvia le permite florecer, que el viento que azota el alma alguna vez se detiene o se vuelve brisa, y que uno está más fresco y de alguna manera más fuerte luego de una gran tormenta.

Después se agotó el agua del termo y me fuí adentro.

1 comentario:

LORD MARIANVS dijo...

Pasa con el sol, con la lluvia, con el frio, con el calor, etc. Uno, según los momentos, los ama o los odia, pero siempre van a estar ahí. Y esa sola presencia ya los aleja de todo bien y todo mal.